lunes, 31 de diciembre de 2012

"Los rollos perdidos"

Hace unos días tuve la oportunidad 
de traer a mi casa una par de buenos documentales, entre ellos Los Rollos Perdidos, del que ya había escuchado hablar bastante en la red y en los periódicos.

Debo confesar que estaba incrédulo hacia una producción donde de entrada aparece el hígado del crítico grinch Jorge Ayala Blanco, quien en más de una ocasión me ha hecho enojar con sus comentarios acerca de buenas producciones, pero sin embargo en este documental hasta me cayó bien y su presencia se torna esencial.

A medida que avanzan Los Rollos Perdidos, uno sabe de inmediato que se encuentra ante uno de esos pocos trabajos magistrales tanto de investigación como de dirección y documentación que han aparecido en los últimos años en nuestro país, mostrando de entrada las dos caras de un tenebroso cineasta llamado Servando González, cuyas películas Yanco y Viento Negro, eran las obligadas en mi época en la facultad, pero quien iba a saber que el mismo tipo que las dirigió, filmó también la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 con varias cámaras, y no sólo eso, sino que se convirtió en cómplice de un aparato represor de estado, siendo la antítesis de lo que significa el ejercicio cinematográfico.

Aun con la voz un tanto repetitiva de Daniel Giménez Cacho, la dirección de Gibrán Bazán se muestra muy elegante, desarrollando el suceso de Tlatelolco desde un ángulo que pocos habían conocido hasta hoy en el cine, es decir, no se centra en el conflicto político, sino en la responsabilidad moral de un cineasta que filmó con sangre fría como masacraban a los estudiantes y todavía cobró por hacerlo.

Con un aspecto de nerd, medio fachosón, pero que cae bien, Gibrán Bazán sube junto con otros jóvenes al piso de la antigua Torre de Relaciones Exteriores, desde donde filmó la matanza e incluso en secuencias estremecedoras da santo y seña de por donde entraron las balas, de donde corrían los filmadores para protegerse y hasta de los sitios donde se apostaron los francotiradores.

No sorprende que el documental comience con una leyenda donde se advierte que decenas de personas se negaron a hablar sobre los temas que se abordan en Los Rollos Perdidos, sin embargo las entrevistas que logra recabar Bazán, representan el primer viento fresco en muchas décadas para explicar algo de lo que pasó, tanto en Tlatelolco como posteriormente en el incendio de la Antigua Cineteca Nacional, la que operaba en Churubusco y Tlalpan, y que justo fue visitada por un servidor dos días antes del incendio que comenzó según todos los testigos por una terrible explosión, sobre la cual también arroja luz este magistral trabajo.

Da gusto escuchar hablar en este documental al cineasta Óscar Menéndez, pero también a especialistas de la Filmoteca de la UNAM y de la propia Cineteca que fueron testigos del incendio y que dan un panorama muy estremecedor de lo que ocurrió aquel día, donde hasta infantes de cuna fueron heridos por los vidrios de la explosión y resulta que hasta se ocultó el número de muertos, según las pesquisas del director.

Destaca la agil edición de este trabajo que conjuga imágenes del pasado y el presente, además de noticieros antiguos que dan un  buen panorama de lo que aconteció en las épocas que toca el documental, donde hasta uno siente nostalgia por aquel espacio pervertido del noticiero 24 horas, conducido por el nefasto Jacko Zabludowsky

Los  Rollos Perdidos se convierte así en el gran debut de Gibrán Bazán, un nuevo cineasta que estaba haciendo falta en el panorama cinematográfico de México,  un cineasta, en pocas palabras, valiente y con guevos para decir las cosas, sobre todo después de vislumbrar trabajos tan cobardes como el de Colosio, donde  también aparece Giménez Cacho, y que en ningún momento se señala un culpable, algo que en Los Rollos Pedidos, no sólo ocurre de forma clara, sino con nombre y apellido, como lo dice en una sorprendente secuencia Ayala Blanco, quien como dije, hasta a sus detractores les caerá bien en este filme.

Pero Gibrán Bazán no se detiene ahí, sino que brinda una conexión entre el caso Tlatelolco y el caso Cineteca que a muchos amantes de nuestra historia cinematográfica va a sorprender, pues resulta que al parecer en el antiguo recinto se guardó parte del material que filmó Servando después de que este fuera revelado en los Estudios Churubusco, todo ello gracias a la carta de un testigo que contacto al director y le confesó todo lo que vio tanto el 2 de octubre como años después.

Francamente recomendable este documental que según tengo entendido ya se proyectó en varios foros, incluso en la propia Cineteca Nacional y que invita a revisar más de la filmografía de Gibrán Bazán, si es que la tiene, pues al menos con este trabajo, promete ser uno de los cineastas más inteligentes e implacables que hayan surgido en los últimos años en nuestro panorama cinematográfico.

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