sábado, 6 de septiembre de 2014

Una plegaria Punk, crítica

“El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”. Bertolt Brecht.
Esas palabras de Brecht que aparecen en pantalla justo al principio, dictando la dirección del documental Pussy Riot: una plegaria punk (2013) y la aproximación a la historia que está por ser contada, reflejan también la filosofía del famoso grupo de punk ruso compuesto sólo por mujeres, aquel que “martilló al mundo con esos treinta segundos en el altar de la catedral más importante de Moscú, desatando una cadena de eventos que convirtieron su posterior juicio en el foco de los medios de comunicación”, dice Serena Davies, periodista del medio británico The Telegraph.

El documental, dirigido por Mike Lerner y Maxim Pozdorovkin, cuenta la historia de las tres integrantes base de Pussy Riot, Nadezhda Tolokonnikova, Maria Alyokhina y Yekaterina Samutsevich, y va con ellas de la mano desde la audaz irrupción en la catedral de Cristo Salvador de Moscú hasta el juicio, que, como afirma Davies, se convirtió en la plataforma perfecta para mostrar el carácter opresivo del régimen que las condenó a un castigo excesivo.

No hay que creer en su causa ni hay que apreciar su música —que, está bien, no es tan grande como el gesto político, es más una manifestación o protesta que arte— para valorar y sorprenderse por las agallas de las tres mujeres que conquistaron sin miedo, por un momento, un templo ortodoxo que defiende el orden que ellas aún denuncian. Un instante valió más que sus consecuencias.

En su presentación en el altar de la catedral, las integrantes del grupo punk le piden a la Virgen que saque a Putin del poder, quien en ese entonces comenzaba a ser llamado “zar” por algunos miembros de la oposición. El acto registrado por las cámaras se convirtió en el símbolo más notable del descontento de una parte de la sociedad rusa con un régimen que continúa (perpetuándose) en el poder.
Se cree que a Pussy Riot lo componen unas treinta mujeres en Rusia. Se presentan en público con sus coloridas máscaras o balaclavas y con sus letras presentan una forma de disidencia ciudadana sin afiliaciones con la política tradicional: “Las cosas no están bien y más vale hacer algo al respecto”.

Luego del polémico juicio, en el que una de las tres acusadas logró ser liberada después de apelar la sentencia, Tolokonnikova y Alyokhina fueron condenadas a dos años de prisión en distintas colonias penales rusas.

Después de ser liberadas volvieron a ser detenidas en repetidas ocasiones. Pero ellas siguen defendiendo su causa, y seguramente no dejarán de hacerlo hasta que Putin salga del poder.

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